domingo, 4 de noviembre de 2012

Desencanto


T0d0s los días despierto con mucho cansancio. No tengo ganas de levantarme ni de salir. El día está muy nublado, me acerco a la ventana y veo como cae la lluvia. Observó pasar a la gente. Por su forma de vestir me doy cuenta que hace mucho frío.
 Hoy  tengo cita con el doctor, en el hospital. Debo apresurarme porque no quiero llegar tarde, como la última vez. Pienso que no es  buena idea seguir viendo a ese médico. La medicina y  la serie de complementos que me recetó no han ayudado a sentirme mejor. Incluso,  puedo asegurar que todo va peor cada día.
De mala gana comienzo el ritual del arreglo personal. Suena el teléfono, es Alejandro.  Se ofrece a llevarme. La emoción me invade, eso pasa siempre que lo veo. Me dice que así no llegaré mojada y congelada.
Más tarde  llaman a la puerta,  es él. Salimos rápidamente por que ya vamos retrasados. En el camino me comenta que lo ascenderán de puesto y así dejará de viajar a Estados Unidos. Ésto significa que ya podremos  concretar nuestros planes  de vivir juntos. Me invade la de alegría, por lo menos una buena noticia en este día tan triste. 
 La ciudad es un caos, por todos lados el tránsito es terrible.  A diferencia de otros días no me causó estrés. Yo iba feliz, disfrutando cada minuto que pasaba junto a él.
Me dejo en la puerta del hospital,  pues tenía que volver a la oficina. Prometió que por la noche iría a mi casa a celebrar  que ya no nos separaríamos.
En la recepción me informaron que tendría que esperar,  el doctor Reséndiz estaba un poco retrasado con sus citas.  Me senté y tomé una revista de la mesita. Espere casi noventa minutos. Por fin, la enfermera dijo que era mi turno.
Al ingresar al consultorio el doctor me recibió con una actitud seria.  Lo que contrastaba con la amabilidad con  la que me recibió en la última cita. Me invitó a sentarme. Nuevamente me interrogó sobre mi vida familiar, laboral y sexual. Ésto me incomodó un poco, ya le había dado toda la información.
En un lenguaje incomprensible, para mí, comenzó a explicarme de la existencia de algunos tratamientos que lograban que las personas llevaran una vida hasta cierto punto normal.   Asustada le exigí que me dijera que tenía. Sus últimas palabras aún retumban en mi mente, lo siento tiene VIH.

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