domingo, 28 de octubre de 2012


La consulta

Hoy  despierto  y me siento más agotada que otros días. No quiero levantarme. Tomo fuerzas y salto de la cama. Me reflejo en el espejo. Veo que cada vez estoy más flaca y demacrada. No voy a ir a trabajar, otra vez.

Marco el número  del médico que me dio mi hermana,  para hacer una cita.  Contesta del otro lado una mujer con voz chillona. Me indica que el doctor Reséndiz me puede atender  al medio día.

Tomo una ducha. Termino y busco en el ropero pero veo con tristeza que nada me queda. Elijo un vestido verde. Me esmero en el arreglo, deseo verme bien. Así no me sentiré tan mal, como todos dicen. Incluyendo el espejo. Veo el reloj, me doy cuenta que es tarde. Salgo rápidamente.

Llego al hospital. Apenas cruzo la puerta y mi nariz percibe el olor nauseabundo que tienen todos los sanatorios. Recuerdo que desde niña he odiado ese aroma.
   
En la recepción, la asistente me indica que tengo que esperar un poco. El doctor está atrasado con sus consultas. Observo que hay otros pacientes.

Resignada,  me siento en el sillón, esperando  que llegue mi turno. Trato de distraerme. Tomo una revista y la ojeo. Está  interesante así que me dispongo a leerla. 

Suena mi celular, es Alejandro. Desde hace quince días llama a diario. Le preocupa mi estado de salud. Me pregunta si estoy bien, ya que no es común que yo vaya con el médico.

Para hacer más amena mi espera, platico un rato con él. Comentamos de su último viaje a Estados Unidos. Termino la llamada. Prometo hablar  nuevamente al salir de la consulta. .

Por fin es mi turno. Entro nerviosa al consultorio. Me sorprende ver a un doctor joven, alto y guapo.

Comienza el historial clínico con preguntas de rutina: enfermedades, hábitos alimenticios, vida sexual, entre otros.          Posteriormente pasó a  la revisión física. Toma mi peso. Noto su asombro. La báscula marcaba cuarenta y seis kilos. Mi peso siempre rondaba los cincuenta y cinco.  Menciona la necesidad de algunos estudios.  Me extiende la orden y la urgencia de tomar las muestras para el laboratorio.

Alarmada,  llamo a Alejandro. Trata de tranquilizarme  e intenta ser optimista. Me  invita a comer. Nos ponemos de acuerdo y nos citamos a las cuatro de la tarde en  el centro. 

Faltaban casi dos horas. Así que decido dar una vuelta por los comercios de la zona.

Cerca de la hora, comienzo a sentir el estómago contraerse de la emoción. Ha pasado más de un mes de que no tenerlo frente a mí. Sé que voy a terminar como siempre, entregada a él.

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