Despedida
Pasé seis días en el hospital. Recuerdo que sentí un fuerte dolor en el abdomen, me desmayé y desperté en la cama de una clínica. Me enfada que no respeten mi decisión. No quiero recibir tratamiento. Un doctor entra y dice que me realizaron varios estudios. Me detectaron un tumor en el estómago, infección en los riñones y todos mis síntomas son de un cáncer generalizado. Recomendó un tratamiento que no va a curarme. Solo ayudará a disminuir el sufrimiento. “Soy la dueña de mi cuerpo. No quiero prolongar la agonía”, le contesté.
Pasé seis días en el hospital. Recuerdo que sentí un fuerte dolor en el abdomen, me desmayé y desperté en la cama de una clínica. Me enfada que no respeten mi decisión. No quiero recibir tratamiento. Un doctor entra y dice que me realizaron varios estudios. Me detectaron un tumor en el estómago, infección en los riñones y todos mis síntomas son de un cáncer generalizado. Recomendó un tratamiento que no va a curarme. Solo ayudará a disminuir el sufrimiento. “Soy la dueña de mi cuerpo. No quiero prolongar la agonía”, le contesté.
Tuve una terrible discusión con Alejandro. Intenté que firmara un
papel en el que se comprometía a no hospitalizarme. Se puso furioso. Dijo que él
decidía lo mejor para mí. Con la poca fuerza que aún tengo le solté una
bofetada y le grité: ¡Tú no decides por mí, ni en mi vida ni en mi muerte!
Llorando de angustia, dijo que él también estaba asustado.
¡Me vale madre tu miedo! No voy a permitir que por tu cobardía me
mandes al hospital. No quiero que me traten como a un animal de laboratorio.
Buscaba herirlo con mis palabras. Deseaba hacerlo enojar para que
gritara que no quería verme morir. Ansiaba escucharlo decir que me amaba a
pesar de todo. Nada sucedió.
Alejandro aceptó firmar el papel. Me abrazó y aseguró que no
estaba sola. Intenté decirle lo contrario pero me faltaron fuerzas y ganas.
Estoy de regreso en casa. No he podido levantarme porque tuve una
crisis. Llamaron al doctor para que me inyectara morfina. Es la única forma de
aminorar el dolor. Dice Alejandro que estuve gritando y llorando. No me acuerdo
de nada. Entre sueños sentí su cuerpo recostarse a mi lado. Le decía que
sentía mucho frío. Me contestaba que tenía cuatro cobijas. Yo aseguraba que era
la muerte.
Él me hablaba al oído. Tierna y repetidamente me decía que no era
la muerte. Para calentarme me frotaba con sus manos y me abrazaba. Aseguraba
que era la reacción de la medicina.
Comencé a experimentar una tranquilidad desconocida. Ya no tenía
frío. No sentía rencor. El dolor era fuerte pero podía soportarlo. Mi
vida se estaba extinguiendo. Alejandro me besó. Cerré los ojos. El dolor ha
desaparecido. Es hora de partir.
Mi madre decía que hay amores nocivos, pero el mío fue un amor que
mata.